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Mensaje por Invitado Jue 3 Oct - 5:07

Mensaje para Ale:

Etsu tenía el control. Nada ni nadie impediría que llevara a cabo el plan que llevaba meses perfeccionando… Ahora formaba parte de un grupo, un grupo experimentado y especializado en torturar… Tenían un edificio en un lugar apartado en el que podían llevar a cabo sus oscuras y prohibidas prácticas sin ser descubiertos. Etsu había superado las pruebas que le daban derecho a tener el objeto mágico de tortura llamado “agiel”. Con el agiel… Lograría acabar con la persona que tenía más control sobre él que ninguna otra: Levy Verlan.

Llevaba puesto su traje de cuero marrón. Era así como los mord-sith vestían habitualmente. Había dos colores: el marrón, para cuando no tenían a nadie a quien torturar, y el rojo sangre... Etsu estaba deseando ponerse este último. Y por fin había llegado el día: había atraído mediante una trampa a Levy hasta aquel lugar… Ahora sólo debía ir en su busca e incitarla a emplear su magia contra él, esa magia que utilizaba para controlarlo. El agiel capturaría esa magia y la volvería inútil contra Etsu… Y Etsu podría utilizarla contra Levy. ¡Vaya que era un gran invento!

Levy Five [Level5], por su parte, había recibido la noticia de que uno de sus queridos personajes, Fubuki Shirou, estaba en peligro… Llevaba un mapa que indicaba el lugar en el que podría encontrarlo, por lo que se dirigió hacia allí sin pensárselo dos veces… Fue entonces cuando lo vio… Pero conocía demasiado bien a Shirou como para saber que no era él quien tenía el control de su mente en esos momentos.

—Etsu… Qué sorpresa… —Dijo la chica, con cierta inseguridad. El aludido sólo sonrió de una manera tan macabra que hizo que a Levy se le helara la sangre. No sabía qué planeaba, pero sabía que no era nada bueno… Lo mejor sería controlarlo, ya que era la única que tenía el poder para hacerlo. Extendió sus brazos y movió sus dedos, como si estuviese moviendo una marioneta… Etsu permanecía impasible, con una mano en la cadera, sin intenciones de hacer nada en su contra.

De pronto, Levy sintió dolor… El dolor de su propia magia la golpeó como una cascada de agua helada sobre su piel.  El desgarrador dolor obligaba a la joven a hincarse de rodillas y a doblarse por la cintura.

Etsu, todavía con una mano en la cadera y una sonrisa pintada en el rostro, la miró desde arriba, observando cómo la joven se agarraba el abdomen con los brazos, vomitando sangre y medio ahogándose. El fuego ardía en todo su cuerpo. El dolor de la magia la consumía, impidiéndole respirar. Levy trataba desesperadamente de controlar esa magia y de relegar el dolor, ya que solía tener una resistencia al dolor que muchos consideraban sobrehumana. Pero esta vez no le funcionaba. Aterrorizada, se dio cuenta de que ya no tenía control sobre Etsu.

Ahora era el chico quien la controlaba.

La joven cayó al suelo de cara, tratando de gritar, de respirar, pero sin conseguirlo. Durante un instante pensó en sus seres queridos, pero enseguida el dolor le arrebató incluso ese recuerdo.

Etsu le colocó una bota en la nuca y apoyó el codo sobre la rodilla a la vez que se inclinaba sobre ella. Con la otra mano, cogió un mechón de sus cabellos y le alzó la cabeza. Al inclinarse aún más hacia la joven, la piel de su uniforme crujió.

—Vaya, vaya —siseó—. Y yo que pensaba que tendría que torturarte durante muchos días para que te enfadaras y usaras tu magia contra mí. Bueno, no te apures. Tengo otros motivos para torturarte.

En medio del dolor, Levy fue consciente de que había cometido un terrible error. De algún modo, había entregado a ese chico el control de la magia. Sabía que nunca había estado en peor situación. «Al menos todos los demás están a salvo —se dijo—. Eso es lo único que importa.»

—¿Quieres que el dolor cese, cielito?

La pregunta la encolerizó. Pero la ira que sintió hacia Etsu y el ansia repentina que le había entrado que le incitaba a intentar matarlo aumentaron el dolor.

—No —logró decir, poniendo toda su fuerza en el empeño.

El chico se encogió de hombros y le soltó la cabeza.

—Como quieras. Cuando decidas que quieres que el dolor de la magia cese, lo único que debes hacer es dejar de pensar esas cosas tan feas sobre mí. A partir de ahora, yo controlo tu magia. Bastará con que pienses siquiera en levantar un dedo contra mí para que el dolor de la magia te inmovilice. —Etsu sonrió—. Ése será el único dolor que podrás controlar. Piensa algo agradable sobre mí y cesará.
»Desde luego, yo también tendré control sobre el dolor de la magia y podré hacértelo sentir cada vez que desee. Y también puedo producirte otros tipos de dolor; ya te darás cuenta.

—¿En qué… te has convertido?

El chico le cogió de nuevo un mechón de cabello, le levantó la cabeza y se la torció para mirarla a los ojos. Al inclinarse sobre ella, la presión de la bota contra la nuca le produjo una oleada de dolor en los hombros. No podía mover los brazos. Etsu había arrugado el entrecejo, intrigado.

—Desde ahora soy amo Etsu, para ti, cielito. Soy un mord-sith.

Etsu le soltó la cabeza y apoyó todo su peso sobre la bota, sosteniendo la mano frente a la cara de Levy. La joven pudo ver que el dorso del guante estaba acorazado, incluso los dedos. De la muñeca le colgaba una especie de barra de piel color rojo sangre, de unos treinta centímetros, sujeta a una elegante cadena de oro. La barra oscilaba frente a los ojos de Levy.

—Esta barra se llama agiel. Es sólo uno de los instrumentos que utilizaré para entrenarte. —Etsu le dirigió una suave sonrisa, arqueando una ceja—. ¿Curiosa? ¿Quieres comprobar cómo funciona?

Etsu presionó el agiel contra el costado de Levy, causándole tal dolor que la joven lanzó un grito, aunque no tenía ninguna intención de darle al chico la satisfacción de ver cuánto le dolía. El tormento del agiel en el costado le había puesto rígidos todos y cada uno de los músculos del cuerpo, y solamente podía pensar en acabar con aquel suplicio. Etsu presionó apenas un poco más, haciendo que Levy gritara con más fuerza. Entonces, la joven oyó un chasquido y notó cómo una costilla se le rompía.

El chico retiró el agiel y del costado de Levy manó sangre. La joven se quedó tendida en el suelo, cubierta de sudor, jadeando y con lágrimas que le fluían por las mejillas. Se sentía como si el dolor le estuviera haciendo pedazos todos los músculos de su cuerpo. En la boca tenía tierra y también sangre.

—Y, ahora, cielito, di «gracias, amo Etsu, por enseñarme» —dijo el chico con una cruel expresión—. Dilo —le ordenó, acercando su cara a la de Levy.

Levy concentró toda su fortaleza mental en el deseo de matarlo y se imaginó cómo una espada le atravesaba la cabeza.

—Muérete, maldito —replicó.

Etsu se estremeció, entrecerró los ojos y se pasó la lengua por el labio superior con expresión de éxtasis.

—Oh, ésa ha sido una visión deliciosamente traviesa, cielito. Por supuesto, ya aprenderás a lamentarlo. Va a ser muy divertido entrenarte. Es una pena que no sepas nada sobre los mord-sith, pues, si no, tendrías mucho miedo. Me lo pasaré bien contigo. —La sonrisa del chico dejó al descubierto una dentadura perfecta—. Pero creo que lo que más me gustará será sorprenderte a ti.

Levy siguió pensando en matarlo hasta que perdió el conocimiento.

·  ·  ·

Levy entreabrió los ojos. La cabeza le daba vueltas. Estaba tumbada boca abajo sobre un frío suelo de piedra. La única iluminación era la parpadeante luz de unas antorchas. No había ventanas en los muros de piedra, por lo que no había modo de saber si era de día o de noche. Notaba un gusto como metálico en la boca; sangre. La joven trató de recordar dónde se encontraba y por qué. Al intentar inspirar demasiado profundamente, notó un agudo dolor en el costado que la dejó sin respiración. Sentía en todo el cuerpo un dolor punzante. Era como si le hubieran dado una paliza.

Poco a poco fue recuperando la memoria de la pesadilla. Al pensar en Etsu se encolerizó e, instantáneamente, el dolor de la magia le cortó la respiración. Fue un dolor tan intenso e inesperado, que dobló las rodillas y emitió un gemido de agonía, al mismo tiempo que trataba de apartar la ira de su mente. Para ello pensó en todas las personas que eran importantes para ella. El dolor desapareció. Levy trató desesperadamente de seguir pensando en esas personas para no sentir de nuevo aquel dolor. No podría soportarlo; ya había sufrido demasiado.

Tenía que hallar el modo de salir de aquella situación. Pero si no controlaba su cólera no tendría ninguna oportunidad. Entonces recordó que su madre le había enseñado que debía hacer caso omiso de la ira y que, durante la mayor parte de su vida, había logrado controlarla. Su abuelo le había dicho que, en ocasiones, era más peligroso dar rienda suelta a la ira que contenerla. Y ésa era una de ellas. Había llegado el momento de aprovechar toda una vida de experiencia en controlar la ira. Este pensamiento le dio un hálito de esperanza.

Con mucho cuidado, procurando no moverse demasiado, evaluó su situación. Su mochila estaba en el suelo, al lado de una pared, a su alcance. Tenía el lado izquierdo de la camisa endurecido por la sangre reseca, y sentía la cabeza a punto de estallar, aunque el resto de su cuerpo no estaba en mejor estado.

Al volver un poco la cabeza vio a Etsu. El chico estaba cómodamente sentado en una silla de madera, con las piernas estiradas y los tobillos cruzados. Había apoyado el codo izquierdo encima de una sencilla mesa de madera y comía algo de un cuenco que sostenía con la otra mano. La estaba observando.

—¿Dónde estamos? —le preguntó Levy, pensando que debía decir algo.

Etsu dejó de comer por un instante mientras la miraba. Finalmente, dejó el cuenco en la mesa y señaló un punto en el suelo, cerca de él.

—Ven y ponte aquí —le ordenó con voz casi amable.

Con gran dificultad, Levy se puso de pie y fue hasta el lugar que el chico había señalado. Éste la contempló sin expresar emoción alguna mientras ella se quedaba mirándolo. Levy esperó en silencio. Etsu se levantó y apartó la silla con la bota. Era más alto que ella. Entonces le dio la espalda, cogió un guante de la mesa y se lo puso en la mano derecha, ajustándoselo bien.

De pronto, dio media vuelta y golpeó a Levy en la boca con el dorso de la mano. El guante estaba reforzado y le partió el labio.

Inmediatamente, antes de que la ira la invadiera, Levy pensó en un paraje muy hermoso del bosque en el que le gustaba jugar cuando era niña. Los ojos se le llenaron de lágrimas por el dolor que le producía el corte.

—No te has dirigido a mí de forma correcta, cielito —le dijo Etsu con una cálida sonrisa—. Ya te lo dije: tienes que llamarme amo o amo Etsu. Tienes suerte de que yo sea tu entrenador; la mayoría de los mord-sith no son tan indulgentes como yo. Ellos hubieran usado el agiel a la primera ofensa. Pero yo siento una cierta debilidad por quien me ha dado la vida y, además, aunque el guante no sea un instrumento de castigo demasiado efectivo, debo admitir que me gusta usarlo. Me gusta sentir el contacto. El agiel me produce una sensación de euforia, pero no puede compararse con usar las propias manos y sentir lo que uno hace. Aparta esa mano —ordenó con voz súbitamente severa.

Levy apartó la mano de la boca y la dejó caer al lado del cuerpo. Sentía cómo la sangre le goteaba del mentón. Etsu la miraba, satisfecho. Inesperadamente, se inclinó hacia ella y le lamió parte de la sangre, sonriendo al notar el sabor. Aquello pareció excitarlo, pues se apretó contra la joven, aunque esta vez le chupó el labio y le mordió con fuerza en el corte. Levy apretó los ojos, cerró los puños y contuvo la respiración hasta que el chico se apartó de ella, lamiéndose la sangre de los labios con una sonrisa. Levy temblaba de dolor, pero siguió evocando en su mente la imagen de aquel paraje del bosque de su infancia.

—Esto no ha sido más que un aviso. Pronto te darás cuenta. Ahora repite la pregunta como es debido.

Levy decidió instantáneamente que iba a llamarlo amo Etsu, aunque lo consideraría un término irrespetuoso, y que nunca lo llamaría simplemente amo. Sería un modo de luchar contra él o de conservar el respeto por sí misma. Al menos en su mente. Así pues, hizo una profunda inspiración y trató de que su voz sonara firme para preguntar:

—¿Dónde estamos, amo Etsu?

—Mucho mejor —la alabó él—. La mayoría de los mord-sith no permiten que sus mascotas hablen ni les hagan preguntas, pero a mí eso me resulta aburrido. Yo prefiero hablar con mi mascota. Como ya he dicho, tienes suerte de que te entrene yo. —El chico le lanzó una fría sonrisa y prosiguió—: Estamos en un edificio construido especialmente para la tortura. No hay nada que puedas hacer para escaparte ni para luchar contra mí. Absolutamente nada.

—¿Por qué conservo mis pertenencias?

Demasiado tarde recordó que no lo había llamado «amo». La joven alzó un brazo para detener el puñetazo que iba dirigido a su cara. Pero el acto de detener a Etsu desató el dolor de la magia. El chico le hundió el agiel en el estómago. Levy rodó por el suelo, chillando por el dolor.

—¡Levántate!

Levy reprimió la ira para dejar de sentir el dolor de la magia. Pero el dolor que le producía el agiel no se esfumó tan rápidamente. La joven se puso en pie a duras penas.

—Ahora, ponte de rodillas y pídeme perdón.

El chico consideró que no obedecía con la premura necesaria, por lo que le aplicó el agiel sobre un hombro, empujándola hacia abajo. El dolor fue tan intenso que Levy perdió la sensibilidad en el brazo derecho.

—Por favor, amo Etsu, perdonadme.

—Muy bien. —Finalmente, el chico sonrió—. Levántate. —Etsu la miró mientras se ponía en pie—. Te he permitido conservar tus pertenencias porque no representan ningún peligro para mí y es posible que algún día las uses para proteger a tu amo. Yo prefiero que mis mascotas conserven sus cosas, para que recuerden en todo momento que están indefensos ante mí.

El chico le dio la espalda y empezó a despojarse del guante. Levy, lentamente, alargó las manos hacia la garganta de él. Quería probar hasta qué punto funcionaba el control que Etsu tenía sobre su magia.

Etsu siguió quitándose el guante tranquilamente, mientras Levy caía de rodillas, chillando por el dolor de la magia. Desesperada, conjuró en su mente la imagen del bosque. El dolor remitió y Levy pudo ponerse de pie cuando Etsu se lo ordenó.

—Me lo vas a poner difícil, ¿verdad? —le espetó el chico, lanzándole una mirada impaciente. Pero entonces dulcificó el gesto y esbozó de nuevo una suave sonrisa—. Claro que a mí me gusta que me lo pongan difícil. Mira, lo estás haciendo mal. Te dije que para que el dolor cesara tenías que pensar algo agradable sobre mí, y no es eso lo que estás haciendo. Estás pensando en unos estúpidos árboles. Éste es mi último aviso: o piensas algo agradable sobre mí y así detienes el dolor de la magia, o dejaré que sufras toda la noche. ¿Entendido?

—Sí, amo Etsu.

—Muy bien, muy bien. —La sonrisa del mord-sith se hizo más amplia—. ¿Lo ves? Eres una buena mascota. Pero recuerda, piensa algo agradable sobre mí. —El chico le cogió las manos y clavó los ojos en los de Levy al mismo tiempo que presionaba las manos de la joven contra su miembro—. He descubierto que la mayoría de las mujeres centran aquí sus pensamientos agradables. —Etsu se inclinó hacia ella, sin apartar las manos de Levy de su miembro, y añadió en tono displicente—: Pero si hay alguna otra cosa que te inspire más, por favor, no dudes en pensar en ella.

Levy decidió que el cabello plateado de Etsu le parecía bonito y que eso era en lo único agradable del mord-sith en lo que iba a pensar. Súbitamente, el dolor la atenazó y la obligó a ponerse de rodillas, haciéndose más y más intenso hasta que no pudo respirar. Abrió la boca, pero no pudo coger aire. Los ojos se le querían salir de las órbitas.

—Vamos, demuéstrame que puedes hacer lo que te dicen. Puedes detener el dolor siempre que quieras, pero debes hacerlo como yo te digo.

La joven alzó la vista hacia él, hacia su cabello. Lo veía todo borroso. Se concentró en pensar lo atractivo que le parecía el peinado de Etsu. El dolor desapareció de inmediato y Levy se desplomó en el suelo, jadeando.

—Levántate. —La joven hizo lo que el mord-sith le ordenaba, aún pugnando por respirar—. Muy bien, así es como debes hacerlo. A partir de ahora, será mejor que únicamente trates de eliminar el dolor de este modo, o modificaré la magia y tendrás que sufrirlo continuamente. ¿Entendido?

—Sí, amo Etsu. —Levy todavía trataba de recuperar el resuello—. ¿Y cuál es el objetivo de mi entrenamiento, amo Etsu?

—Enseñarte qué significa el dolor —repuso el mord-sith, nuevamente con una sonrisa en los labios—. Enseñarte que tu vida ya no te pertenece, que es mía y que puedo hacer con ella lo que me plazca. Cualquier cosa. Puedo hacerte daño en la forma que elija, durante tanto tiempo como guste, y nadie va a ayudarte, excepto yo. Voy a enseñarte que solamente yo puedo concederte un instante sin dolor. Vas a aprender a obedecerme, en todo, sin preguntas ni vacilaciones. Vas a aprender a suplicar por todo lo que necesites.
»Primero te entrenaré aquí unos días y, cuando considere que ya has progresado lo suficiente, te llevaré a otro lugar donde viven más mord-sith. Allí continuaremos el entrenamiento hasta el final, por mucho tiempo que me lleve. Dejaré que otros mord-sith jueguen contigo para demostrarte lo afortunada que eres de que yo sea tu entrenador. A mí no me caen del todo mal las mujeres, pero algunos de mis compañeros las odian. Te dejaré que otros te tengan un rato para que entiendas lo amable que estoy siendo contigo.

—¿Y cuál es el objetivo de este entrenamiento, amo Etsu? ¿Qué propósito perseguís? ¿Qué queréis?

El mord-sith parecía disfrutar respondiendo a esas preguntas.

—Tú eres alguien especial. Fuiste tú quien escribió parte de mi historia, de la historia de Fubuki Shirou. —La sonrisa de Etsu se hizo más amplia para añadir—: Ahora quiero que entiendas lo que se siente al ser controlado… Yo escribiré tu historia a partir de ahora.

Levy tenía que concentrarse en su cabello mientras se esforzaba por no dejarse llevar por la cólera. ¿Acaso Etsu no podía comprender que, si ella lo había controlado, era para escribir su historia? ¿Acaso él no veía que siempre había buscado lo mejor para él?

Etsu caminó a su alrededor, mirándola de arriba abajo.

—Muy bien. Ya es hora de que empecemos tu entrenamiento.

El chico fue hasta la mesa y cogió algo. Entonces, señaló un punto en el suelo y ordenó:

—Ponte ahí. Deprisa.

Levy se movió lo más rápido que pudo. El dolor le impedía enderezar la espalda. Se quedó en el lugar indicado por el mord-sith, jadeando y sudando. El chico le tendió algo que tenía una delgada cadena. Era un collar de cuero, del mismo color que la ropa roja del mord-sith.

—Póntelo —le ordenó desabridamente.

Levy no estaba en condiciones de preguntar. Empezaba a creer que sería capaz de hacer cualquier cosa para evitar el suplicio del agiel. Así pues, se puso el collar en el cuello. Etsu cogió la cadena, en cuyo extremo había una anilla de metal, que deslizó por una de las maderas del respaldo de la silla.

—La magia te castigará por oponerte a mis deseos. Cuando coloque la cadena en algún sitio, mi deseo será que te quedes ahí hasta que la quite. Quiero que aprendas que tú eres incapaz de quitarla. —El mord-sith señaló hacia la puerta, que estaba abierta—. Quiero que durante la próxima hora hagas lo posible por llegar a esa puerta. Si no lo intentas con todas tus fuerzas, esto es lo que te haré durante el resto de esa hora. —Etsu le aplicó el agiel a un lado del cuello, hasta que Levy cayó de rodillas, gritando agónicamente y suplicándole que parara. El chico retiró el instrumento y le ordenó que empezara, tras lo cual fue a recostarse contra un muro, de brazos cruzados.

El primer intento de Levy consistió, simplemente, en tratar de caminar hasta la puerta. Pero las piernas le fallaron por el dolor antes de que hubiera llegado a tensar la cadena y tuvo que regresar hacia la silla.

Entonces trató de alcanzar la anilla, pero el dolor de la magia le produjo intensos calambres en los brazos. Temblorosa y con el rostro bañado en sudor, la joven no cejó en su intento por alcanzar la anilla. Trató de conseguirlo retrocediendo hasta la silla y girando, pero antes de que sus dedos tocaran la cadena, el dolor la arrojó de nuevo al suelo. Levy luchó contra el dolor, tratando de llegar a la silla, pero éste era demasiado intenso, por lo que cayó al suelo, vomitando sangre. Cuando el dolor por fin cesó, Levy se puso de pie apoyándose sobre una mano, mientras que con la otra se agarraba el estómago. Temblaba y le caían lágrimas de la cara. Por el rabillo del ojo vio cómo Etsu descruzaba los brazos y se ponía derecho. Inmediatamente reanudó sus esfuerzos.

Era evidente que lo que estaba haciendo no iba a servir de nada. Tenía que pensar en otra cosa. Cerca de sus pertenencias vio un palo que solía utilizar para ayudarse a caminar en pendientes montañosas. Lo cogió. Por un breve instante, y con un supremo esfuerzo, logró tocar la cadena con la punta del palo. Pero el dolor fue tal que tuvo que soltarlo. El suplicio no cesó hasta que volvió a dejar el palo donde estaba.

Entonces se le ocurrió algo. Se tumbó en el suelo y, con un rápido movimiento, dio un puntapié a la silla antes de que el dolor la paralizara. La silla resbaló por el suelo, chocó contra la mesa y se volcó. La cadena se soltó.

La victoria fue muy breve. Tan pronto como la cadena dejó de estar en contacto con la silla, el dolor subió a cotas nunca antes alcanzadas. Levy se ahogaba y jadeaba con la cara pegada al suelo. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se fue arrastrando por el suelo, clavando las uñas en la piedra. A cada centímetro que avanzaba, el dolor se hacía más y más intenso, hasta que todo lo demás dejó de existir. Sentía que los ojos le iban a salir disparados de las órbitas. No había logrado avanzar ni un metro. No sabía qué hacer; el dolor la tenía paralizada y le impedía pensar.

—Por favor, amo Etsu —susurró con gran esfuerzo—, ayudadme. Os lo suplico. —Levy se dio cuenta de que estaba llorando, pero no le importaba. Sólo quería que la cadena volviera a estar sujeta a la silla para que ese dolor cesara.

Entonces oyó unas botas que caminaban hacia ella. El mord-sith se inclinó, puso de pie la silla y colocó de nuevo la anilla. El dolor desapareció, pero ella no podía dejar de llorar mientras rodaba sobre la espalda.

Etsu se quedó en jarras junto a ella, mirándola.

—Han pasado quince minutos, pero, como he tenido que ayudarte, la hora empieza a contar de nuevo. La próxima vez que tenga que ayudarte, serán dos horas más. —El chico se inclinó y le apretó el agiel contra el estómago, causándole una explosión de dolor en el interior de su cuerpo—. ¿Entendido?

—Sí, amo Etsu —gimió Levy. La asustaba que hubiera un modo de llegar a la puerta y de lo que podría ocurrirle si lo encontraba, y también la asustaba no intentarlo. Pero, si había un modo, al cabo de una hora no lo había descubierto.

El mord-sith se acercó a ella, que descansaba con las manos sobre las rodillas.

—¿Te parece que ya lo entiendes? ¿Entiendes lo que te ocurrirá si tratas de escapar?

—Sí, amo Etsu. —Y era cierto. Nunca podría escapar. Una nube de desesperanza se abatió sobre ella, amenazando con sofocarla. Quería morirse.

—Levántate. —Como si pudiera leerle la mente, agregó suavemente—: Yo que tú no pensaría en tratar de poner fin a tus servicios como mi mascota. La magia te lo impediría, tal como te ha impedido mover la cadena de donde yo la he dejado. —Levy, atontada, parpadeó hacia el chico—. No hay ningún modo de que puedas escaparte de mí, ni siquiera la muerte. Serás mi esclava mientras yo quiera que vivas.

Aún no había transcurrido el primer día junto al mord-sith y Levy sabía ya que estaba dispuesta a obedecerlo casi en todo. Y todavía quedaban varias semanas de entrenamiento. De ser capaz de hacerlo, la joven hubiera deseado morir allí y entonces. Lo peor de todo era que el mord-sith tenía razón: ella no podía hacer nada contra él. Estaba enteramente a su merced, y Levy dudaba que Etsu conociera el significado de la palabra piedad.

—Lo entiendo, amo Etsu, y os creo. —La agradable sonrisa del chico obligó a Levy a pensar en lo hermoso que era su cabello.

—Bien. Ahora, quítate la camisa. —Al ver que, pese a su expresión de desconcierto, Levy inmediatamente empezaba a desabrocharse la prenda, Etsu sonrió de oreja a oreja. El mord-sith sostuvo el agiel frente a los ojos de su mascota—. Ya es hora de que aprendas todo lo que puede hacer el agiel. Si no te quitaras la camisa, se mancharía tanto de sangre que no podría encontrar ningún punto indemne en ti. Vas a comprobar por qué llevo ropa roja.

Mientras se sacaba de los pantalones el faldón de la camisa, la joven osó preguntar, casi sin aliento:

—Pero, amo Etsu, ¿qué he hecho mal?

El chico le acarició una mejilla en un gesto de fingida preocupación.

—Vaya, vaya. ¿Es que no lo sabes? —Levy negó con la cabeza y tragó saliva—. Te has dejado capturar por un mord-sith. Deberías haber usado un cuchillo o tus propias manos para matarme mientras era vulnerable, antes de que me hiciera con el control de tu magia. Nunca deberías haberme dado la oportunidad de arrebatarte el control de tu magia. Nunca deberías haber intentado usarla en mi contra.

—Pero ¿por qué debéis usar ahora el agiel conmigo?

El chico se echó a reír.

—Porque quiero que aprendas. Debes aprender que puedo hacerte lo que se me antoje, sin que tú puedas hacer absolutamente nada para detenerme. Debes aprender que estás totalmente indefensa y que, si disfrutas de un instante sin sentir dolor, es porque yo así lo quiero, no tú. —La sonrisa se borró de la faz del mord-sith, mientras se dirigía a la mesa y regresaba con unas esposas—. Ven. Tienes un problema que me fastidia; no dejas de caerte al suelo. Ahora mismo vamos a arreglarlo. Toma, póntelas.

El chico le arrojó las esposas. Levy pugnó por controlar la respiración mientras se sujetaba las manillas a las muñecas, que le temblaban. Etsu arrastró la silla bajo una viga e indicó a Levy que se colocara allí. Entonces, se subió a la silla y enganchó la cadena a una clavija de hierro.

—Estírate. Todavía no llega. —La joven tuvo que ponerse de puntillas y estirarse para que Etsu lograra engancharla—. Perfecto —declaró con una sonrisa—. Ahora ya no tendremos que preocuparnos más de que te caigas.

Levy, colgada de la cadena, luchaba por controlar el terror que sentía. Las esposas de hierro se le hundían en la carne debido a su propio peso. Antes ya sabía que no había nada que pudiera hacer para detenerlo, pero esto era diferente. Atada de aquel modo se sentía aún más indefensa y era más consciente de que no podía luchar contra él. Etsu se enfundó los guantes y dio varias vueltas alrededor de la joven, dándose golpecitos con el agiel contra la palma de la mano, prolongando así la ansiedad de su víctima.

Si al menos hubiera muerto tratando de salvar a alguien o haciendo algo heroico... Hubiese sido un precio que Levy estaba dispuesta a pagar. Pero aquello era distinto. Era una muerte en vida. O una vida estando muerto. Ni siquiera le quedaba la dignidad de luchar. Ya conocía los efectos del agiel; no necesitaba que el mord-sith se los volviera a demostrar. Lo único que quería Etsu era arrebatarle su orgullo, el respeto hacia sí misma, quebrar su espíritu.

El chico fue dándole golpecitos en el pecho con el agiel, mientras continuaba caminando a su alrededor. Cada vez que el instrumento la tocaba, Levy sentía como si le clavaran una daga, y cada vez gritaba de dolor y se retorcía colgada de la cadena. La joven sabía que el mord-sith ni siquiera había empezado todavía. No era más que el primer día, aún no acabado, de muchos más por llegar. La joven gritó de impotencia.

Entonces se imaginó que su conciencia de sí misma, su dignidad, era algo vivo, y lo vio en su mente. A continuación, imaginó una habitación inmune a todo, en la que ningún mal podía penetrar. Levy depositó su dignidad y el respeto por sí misma en aquella habitación y cerró la puerta. Nadie tendría la llave de aquella habitación; ni siquiera Etsu. Sólo ella. Soportaría lo que tuviera que soportar, durante todo el tiempo que fuese necesario, renunciando a su dignidad. Haría lo que tuviera que hacer y, un día, abriría aquella puerta y volvería a ser ella misma, aunque fuera en la muerte. Pero, por el momento, sería la esclava de Etsu. Sólo por el momento. Pero no para siempre. Algún día dejaría de serlo.

El mord-sith le cogió el rostro con ambas manos y la besó con dureza, tanta que sintió un dolor punzante en el labio partido, y pinchazos. Etsu parecía disfrutar más del beso cuando sabía que le hacía daño. Al alejarse de ella, los ojos de el chico brillaban de deleite.

—¿Quieres que empecemos ya, cielito? —susurró.

—Por favor, amo Etsu —susurró también ella—. No me hagáis daño.

—Eso es lo que quería escuchar —replicó su torturador con una amplia sonrisa.

Etsu empezó a demostrarle todos los efectos posibles de un agiel. Si se lo pasaba suavemente por encima de la piel, le causaba verdugones, y si presionaba un poco más, éstos sangraban. Cuando le hundía el instrumento en la carne, Levy sentía algo húmedo y cálido en su sudorosa piel. Etsu era asimismo capaz de causarle exactamente el mismo dolor sin dejarle ninguna marca. Los dientes le dolían de tanto apretarlos. A veces, el mord-sith se colocaba detrás de ella y esperaba que se relajara para aplicarle el agiel. Cuando se cansaba, le decía que cerrara los ojos y caminaba a su alrededor, mientras presionaba el agiel o se lo pasaba por el pecho.

El chico se echaba a reír cuando Levy se preparaba para recibir un dolor que no llegaba. En un momento dado, el agiel le causó un dolor particularmente intenso, que le hizo abrir los ojos de golpe, lo que le dio a Etsu una excusa para usar el guante. La joven tuvo que suplicarle perdón por haber abierto los ojos sin que él se lo ordenase. Las manillas se le hundían en las muñecas y le hacían sangrar. Le resultaba imposible no descargar en ellas todo su peso.

Solamente una vez Levy tuvo un arrebato de cólera: cuando el mord-sith le presionó el agiel contra la axila. Etsu se quedó mirándola con una sonrisa de suficiencia, mientras ella se retorcía y trataba de pensar en el hermoso pelo del chico. En vista de que al aplicarle el agiel en aquel punto la encolerizaba, Etsu se concentró en esa área mucho tiempo, pero ella supo contenerse. Puesto que Levy no se infligía ella sola el dolor de la magia, él lo hizo por ella, con la diferencia de que cuando era él quien lo producía, Levy no podía hacerlo desaparecer por mucho que lo intentara, y tenía que suplicar. A veces, Etsu se quedaba de pie frente a ella, contemplando cómo la joven jadeaba. Otras, pocas, se apretaba contra ella, abrazándole el pecho con mucha fuerza para que sus duras prendas de piel avivaran el dolor que sentía en las heridas.

Levy no supo cuánto tiempo duró la tortura. La mayor parte del tiempo no podía percibir nada más que el dolor, como si fuese algo vivo. Sólo fue consciente de que, a partir de un determinado momento, estuvo dispuesta a hacer cualquier cosa que el mord-sith le dijera, realmente cualquier cosa, para que dejara de hacerle daño. Ni siquiera podía mirar el agiel; sólo con verlo los ojos se le llenaban de lágrimas. Etsu no había mentido sobre sí mismo: nunca se cansaba ni se aburría de torturarla. Parecía que no dejaba de fascinarlo, de divertirlo y de causarle satisfacción. Lo único que le gustaba más que hacerle daño era que Levy le suplicara que parara. Ella hubiera suplicado más, para hacerlo feliz, pero casi todo el tiempo era incapaz de pronunciar palabra. El mero acto de respirar le producía un dolor casi insoportable.

Ya hacía rato que se había resignado a cargar todo el peso del cuerpo sobre las muñecas, y ahora colgaba de la cadena sin vida, delirando. Le pareció que Etsu se estaba tomando una breve pausa, pero todo lo que le había hecho le dolía tanto que no estaba segura. El sudor le cegaba y le causaba ardor en las heridas.

Cuando su mente se aclaró un poco, Etsu apareció de nuevo, a su espalda. Levy se preparó para resistir lo que sabía que pasaría, pero, en vez de lo que esperaba, el mord-sith le agarró un mechón de cabello y le tiró bruscamente la cabeza hacia atrás.

—Y, ahora, cielito, te voy a mostrar algo nuevo. Voy a demostrarte que soy realmente un amo muy amable. —Etsu le tiró de la cabeza aún con más fuerza hasta que el dolor la obligó a tensar los músculos del cuello para resistir la presión. El chico le colocó el agiel sobre la garganta—. Deja de resistirte o no lo apartaré de ahí.

La boca se le estaba llenando de sangre. Levy relajó los músculos del cuello y permitió que el mord-sith le tirara de la cabeza tan fuerte como deseara.

—Escucha muy bien lo que voy a decirte, cielito. Voy a meterte el agiel en la oreja derecha. —Levy estuvo a punto de ahogarse en el terror, pero él le echó la cabeza hacia atrás violentamente—. Notarás un dolor distinto a todos los demás; mucho más intenso. Debes hacer exactamente lo que voy a decirte. —La boca del chico le rozaba la oreja y le susurraba como si fuese un amante—. En mi entrenamiento, cuando tenía junto a mí a un hermano mord-sith, solíamos introducir el agiel en las orejas de la mascota al mismo tiempo. Me encantaba oír cómo gritaba; era un sonido distinto a cualquier otro. Al recordarlo aún se me pone la carne de gallina.
»Pero de ese modo la matábamos. Nunca conseguimos usar dos agieles al mismo tiempo sin matar a la mascota. Lo intenté muchas veces sin éxito. Da gracias de que yo sea tu amo, pues otros siguen con esa práctica.

—Gracias, amo Etsu. —Levy no sabía por qué le daba las gracias, pero quería impedir que le hiciera fuera lo que fuese que el mord-sith tuviera en mente.

—Presta atención —le susurró Etsu con aspereza, aunque enseguida suavizó la voz para explicar—: Cuando lo haga, no debes moverte. Si lo haces, te produciré lesiones internas. No te mataría, pero quedarías inválida para siempre. Algunas mascotas que se mueven se quedan ciegas, a otras se les paraliza un lado del cuerpo, otras no puedan hablar o andar. Todos los que se mueven sufren algún daño permanente. Yo te quiero en perfecto estado. Los mord-sith más crueles que yo no advierten a sus mascotas que no se muevan y se lo hacen sin más. ¿Ves? No soy tan cruel como tú crees. No obstante, son pocas las mascotas capaces de estarse quietas. Aunque las avise, ellas se agitan y quedan lisiadas.

—Por favor, amo Etsu —suplicó Levy, sin poder contener las lágrimas—. Por favor, no lo hagáis.

La joven sintió el aliento de la sonrisa del chico. Etsu le metió su húmeda lengua en una oreja y se la besó.

—Pero es que yo quiero, cielito. No lo olvides, estate quieta y no te muevas.

Levy apretó los dientes, pero nada podría haberla preparado para aquel dolor. Era como si la cabeza se le hubiera transformado en cristal y se le rompiera en mil pedazos. La joven se clavó las uñas en las palmas de las manos. Toda noción del tiempo se hizo añicos junto a todo lo demás. Ahora se hallaba en un desierto de tormento sin principio ni final. Sentía cómo todos los nervios de su cuerpo le ardían con un sufrimiento agudísimo y abrasador. No sabía cuánto tiempo había tenido el agiel en el oído, pero cuando el mord-sith lo retiró, los chillidos de Levy resonaron en las paredes de piedra.

Finalmente se quedó inmóvil. El chico le besó la oreja y le susurró sin aliento:

—Ha sido un chillido francamente encantador, cielito. El mejor que he oído en mi vida, excepto los de agonía, por supuesto. Lo has hecho muy bien; no te has movido ni un centímetro. —Etsu le besó cariñosamente el cuello, luego la oreja, y preguntó—: ¿Probamos en el otro lado?

Levy quedó colgando de las manillas. Ni siquiera podía ya llorar. Etsu le tiró la cabeza hacia atrás con dureza mientras se colocaba al otro lado de la joven.

Cuando, finamente, hubo acabado con ella y desenganchó la cadena, Levy se desplomó. No se creía capaz de moverse, pero cuando Etsu le indicó con el agiel que se levantara, la mera visión del instrumento de tortura hizo que obedeciera.

—Por hoy hemos acabado, cielito. —Levy pensó que iba a morirse de felicidad—. Voy a dormir un poco. Hoy sólo hemos trabajado media jornada; mañana entrenaremos todo el día. Ya te darás cuenta de que es mucho más doloroso.

Pero Levy estaba demasiado agotada para preocuparse por el día siguiente. Lo único que deseaba era tumbarse. Incluso el suelo de piedra sería el mejor lecho en el que hubiera dormido. Levy lo contempló anhelante.

Etsu acercó la silla, cogió la cadena que le colgaba del collar y la enganchó en la clavija de hierro clavada en la viga. La joven miraba la escena confundida, demasiado cansada para imaginarse qué se proponía el mord-sith. Al acabar, se encaminó a la puerta. Levy se dio cuenta de que la cadena era demasiado corta para que se pudiera tumbar en el suelo.

—¿Amo Etsu, cómo voy a dormir?

—¿Dormir? —replicó el chico, volviéndose hacia la joven con una sonrisa condescendiente—. No recuerdo haberte dicho que podías dormir. El sueño es un privilegio que tendrás que ganarte. ¿No te acuerdas de eso tan feo que te imaginaste esta mañana: que me matabas? ¿Y no recuerdas que te dije que lo lamentarías? Buenas noches, cielito.
»Y ni se te ocurra soltar la cadena de la clavija para que el dolor te deje inconsciente —añadió cuando ya se marchaba—. He modificado la magia para que ya no te permita perder el sentido. Si desenganchas la cadena o caes al suelo sin querer y la arrastras, yo no estaré aquí para ayudarte. Estarás sola durante toda la noche con el dolor. Si acaso te vence el sueño, piensa en eso.

El chico giró sobre sus talones y se marchó.

Levy se quedó de pie en la oscuridad, llorando. Al cabo de un rato, se forzó a dejar de llorar y pensó en todas las personas a las que quería. Eso era una cosa agradable que Etsu no le podría arrebatar. Al menos, aquella noche, no. Levy se sintió mejor al pensar que ellos estaban a salvo. Levy trató de imaginarse dónde deberían estar; seguramente hablando, reuniéndose, ideando nuevos personajes y nuevas tramas… La joven sonrió ante aquella imagen mental.



Continuará... (?)
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Mensaje por Kiyama Hiroto Jue 3 Oct - 16:09

Y nada que los otros también estan secuestrados (?) ok no....asfdadada momiiiii <3 muchas gracias esta....super....genial *u* demasiado diría yo...en verdad me gusto bastante uwu y me hizo pensar..."Si Etsu se portase así con Sachiko creo que me desmayaria...y ella estaría a cada momento pensando en su muerte" pero ya sabes, Sachi es una loquilla :3 asfdfafda no se que más decir... A parte de gracias *o* afsfdfafa estupido y sensual Etsu <3

Graciaaaaaaaas~ es un lindo y masoquista (?) regalo de cumpleaños nwn
Kiyama Hiroto
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